viernes, 1 de agosto de 2008

Finanzas



Las finanzas son con seguridad la fuerza vinculante más poderosa de la economía mundial, pero también la más volátil, ya que los flujos financieros se desplazan y varían más rápido que los bienes manufacturados o las instalaciones productivas. La operación financiera internacional más sencilla es la compraventa de divisas, que se estima implica un intercambio de un billón de dólares diarios. Este movimiento de divisas es mucho mayor que el generado por los importadores y exportadores de todo el mundo. La mayor parte de estas transacciones las realizan los bancos, las grandes corporaciones y las personas que intercambian activos financieros en unidades monetarias de un país para comprar activos de otro, en función de los tipos de interés esperados y de los distintos tipos de cambio. Una alta proporción de estas transacciones constituyen un arbitraje, un control y una evaluación del funcionamiento de las economías nacionales, ya que los inversores financieros mueven grandes sumas de dinero de un país a otro para aprovechar la más mínima diferencia entre precios o tipos de interés.
Los inversores cambian divisas para comprar y vender depósitos bancarios, letras de cambio y otros títulos valores a corto plazo, bonos y participaciones de empresas en distintos países, así como activos no financieros del tipo de los bienes raíces. Por ello, existe una tendencia a que los tipos de interés o los precios de los títulos valores, bonos y participaciones de un país, dependan de los precios y tipos de interés del resto de los países; es decir, los tipos de interés de un país ya no dependen sólo de las condiciones económicas que imperan en ese país, sino de la confrontación de todas las fuerzas económicas que determina la economía mundial. Este arbitraje tiende a reducir las diferencias entre los distintos tipos de interés y precios vigentes en cada país y en cada mercado.
En las últimas décadas los gobiernos han ido eliminando los controles y restricciones a los movimientos de capital entre países, liberalizando los mercados financieros mundiales. En la década de 1970, cuando todavía existían muchas restricciones a los movimientos de capital, surgió un nuevo mercado internacional, sin ninguna restricción, para depósitos bancarios y bonos en eurodólares (es decir, que eran depósitos —o bonos— en dólares pero no depositados en Estados Unidos), y en otras euromonedas. Estos mercados constituyen el primer mercado financiero internacional, pero, desde finales de la década de 1970, y sobre todo desde mediados de la década de 1980, los países han ido desmantelando sus controles sobre los movimientos financieros, aunque este proceso no es total.
La creación de un mercado financiero mundial desde principios de la década de 1970 se ha visto acompañada de una mayor volatilidad de los tipos de cambio, de los tipos de interés y de los precios de los activos financieros. En algunos casos las fluctuaciones financieras en un mercado han contagiado al resto de los mercados, subrayando el carácter internacional de los mismos. Por ejemplo, la caída en la Bolsa de Nueva York, conocida como el lunes negro de octubre de 1987, repercutió en todos los mercados financieros del resto del mundo. En menor medida, la rápida caída de precios en el Mercado de Valores de México a principios de 1995 provocó un descenso en los mercados emergentes del resto de Latinoamérica y de algunos países asiáticos.
A medida que crecen los mercados financieros internacionales aparecen nuevos tipos de contratos que, a su vez, se intercambian en los mercados internacionales. Los mercados de productos financieros derivados incluyen los mercados de opciones, de futuros, de créditos swap (también llamados créditos de dobles: los que se conceden los bancos centrales entre sí para solucionar una falta de liquidez transitoria de divisas), u otros productos derivados del activo original. El activo financiero original puede consistir en una cantidad de divisas, un instrumento financiero a corto plazo, bonos, acciones de empresas, o materias primas, y el volumen de negocios del mercado de derivados puede afectar a los precios internacionales de los activos originales. Los mercados de derivados permiten a los inversores reducir el riesgo de la inversión debido a la volatilidad del mercado, pero también permiten la proliferación de operaciones especulativas, lo que aumenta los riesgos de todo el sistema financiero internacional, como se demostró en 1995 con la quiebra del Barings, un banco comercial londinense.
Aunque existen muchos argumentos para defender que el crecimiento de las finanzas internacionales igualará los tipos de interés y los precios de los activos financieros de muchos países, la complejidad de los mecanismos financieros ha impedido que se creen relaciones estables, por lo que algunos consideran que los mercados financieros internacionales actúan de forma irracional.

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