viernes, 1 de agosto de 2008

Historia de la agricultura


La historia de la agricultura puede dividirse en cuatro grandes periodos de duración desigual, cuyas fechas difieren enormemente según las regiones: prehistórico, histórico (incluido el periodo romano) feudal y científico.

Agricultura prehistórica
Los primeros agricultores pertenecían en su mayor parte a la cultura del neolítico. Los emplazamientos ocupados por estos pueblos se encontraban en lo que hoy son Irak, Irán, Israel, Jordania, Siria y Turquía; en el Sureste asiático, en la actual Tailandia; en África, a lo largo de río Nilo en Egipto; y en Europa, en las márgenes del río Danubio y Macedonia, Tracia y Tesalia. También se han identificado primitivos centros agrícolas en el área del Huang He (río Amarillo), en China; en el valle del río Indo, en India y Pakistán; y en la cuenca de México, al noroeste del istmo de Tehuantepec.
Las fechas de las que datan las plantas y animales domesticados varían según las regiones, pero la mayoría son anteriores al sexto milenio a.C., y las más antiguas podrían remontarse al año 10000 a.C. Los científicos han aplicado el método del carbono 14 (véase Datación: Método del carbono 14) sobre restos de animales y plantas y han fechado hallazgos de ovejas domesticadas que se remontan al año 9000 a.C. en el norte de Irak; de vacas del sexto milenio a.C. en el noreste de Irán; de cabras del año 8000 a.C. en el centro de Irán; de cerdos del año 8000 a.C. en Thailandia y del 7000 a.C. en Tesalia; onagros, o asnos, del año 7000 a.C. en Jarmo, Irak; y de caballos del año 4350 a.C. en Ucrania. La llama y la alpaca fueron domesticadas en las regiones andinas de Sudamérica a mediados del tercer milenio a.C.
Según las pruebas realizadas con el carbono14, el trigo y la cebada fueron cultivados en Oriente Próximo en el octavo milenio a.C.; el mijo y el arroz en China y el Sureste asiático ya en el año 5500 a.C.; y la calabaza, que además de aportar alimento se utilizaba como vasija en México y otros países del continente americano, hacia el año 8.000 a.C. Las leguminosas descubiertas en Tesalia y Macedonia se remontan hasta el año 6000 a.C. El lino se cultivaba y, aparentemente, se empleaba para elaborar tejidos a comienzos del periodo neolítico.
El agricultor empezó, probablemente, fijándose en qué plantas silvestres eran comestibles o útiles de algún modo, y aprendiendo a conservar sus semillas para replantarlas en terrenos despejados con anterioridad. El cultivo durante un largo periodo de tiempo de las plantas más prolíficas y resistentes producía una variedad estable. Los rebaños de cabras y ovejas estaban compuestos por animales salvajes jóvenes capturados, y aquellos que presentaban los caracteres más deseables, tales como cuernos pequeños y una elevada producción de leche, eran criados de forma selectiva. Los uros parecen ser los antecesores del ganado vacuno europeo, y el buey salvaje asiático es el del cebú, el ganado vacuno con gibas de Asia. El gato, el perro y los pollos fueron domesticados muy pronto. La transición de la caza y la recolección a la dependencia de la producción propia de alimentos se produjo de forma gradual, y en algunos lugares aislados del mundo, aún no se ha logrado. Las cosechas y el suministro propio de carne eran complementados por la pesca y la caza de aves, así como por la carne de animales salvajes.
Los agricultores del neolítico vivían en alojamientos sencillos como cuevas y pequeñas chozas de adobe secado al sol o de carrizo y madera. Estas viviendas se agrupaban en pequeñas aldeas o existían como explotaciones aisladas rodeadas de campos, ofreciendo abrigo a animales y personas en edificaciones adyacentes o unidas. En el neolítico, la aparición de ciudades como Jericó (fundada c. 9000 a.C.) se vio estimulada por la producción de excedentes agrícolas.
El pastoreo puede haber sido posterior a esto. La evidencia parece indicar que las explotaciones mixtas, la combinación de cosechas y la cría de animales era el patrón más habitual en el neolítico. No obstante, los pastores nómadas recorrían las estepas de Europa y Asia, donde fueron domesticados el caballo y el camello.
La primeras herramientas agrícolas eran de madera y piedra. Incluían la azada de piedra; la hoz para recoger el grano fabricada con palas de piedra afilada; la pértiga empleada para agujerear el suelo y plantar semillas y, con posteriores adaptaciones, como pala o azadón; y un arado rudimentario, una rama de árbol modificada empleada para levantar la superficie del suelo y prepararlo para la siembra. Más tarde se adaptó el arado para el tiro por bueyes.
Las penillanuras del suroeste de Asia y los bosques de Europa disponían de lluvia suficiente para el mantenimiento de la agricultura, pero Egipto dependía de las inundaciones anuales del Nilo para reponer la humedad y fertilidad del suelo. Los habitantes del llamado ‘creciente fértil’, en torno a los ríos Tigris y Éufrates, dependían también de las inundaciones anuales para obtener agua para la irrigación. El drenaje se hacía necesario para impedir que el suelo fuera arrastrado de las laderas por las que corrían los ríos. Los agricultores que vivían en las proximidades del río Huang He desarrollaron un sistema de irrigación y drenaje para controlar los daños sufridos por sus campos en la planicie aluvial atravesada por los meandros del río.
Aunque los asentamientos neolíticos eran más permanentes que los campamentos de los pueblos cazadores, las aldeas tenían que trasladarse periódicamente en algunas áreas, ya que sus campos perdían fertilidad a causa de la sobreexplotación. Esto resultaba más necesario en el norte de Europa, donde los campos se despejaban mediante la técnica de la tala y el incendio. Los asentamientos a lo largo del Nilo, por el contrario, eran más permanentes, dado que el río depositaba en sus márgenes limo fértil todos los años. Véase también Arqueología.
Agricultura: primeras civilizaciones e Imperio romano

Con el final del neolítico y la introducción de los metales, prácticamente llegó a su fin la era de las innovaciones en la agricultura. El siguiente periodo histórico, conocido a través de información escrita y dibujada, incluyendo la Biblia, los registros y monumentos de Oriente Próximo y escritos chinos, griegos y romanos, estuvo dedicado a las mejoras de las técnicas ya existentes. Existen una serie de hitos que sirven para trazar un boceto del desarrollo en el ámbito mundial de la agricultura en esta era, que abarcan, a grandes rasgos, desde 2500 a.C. hasta 500 d.C. Algunas plantas empezaron a adquirir importancia. Las uvas y el vino se mencionan en registros egipcios ya alrededor del 2900 a.C., y el comercio de aceite de oliva estaba ya generalizado en el área del Mediterráneo en el primer milenio a.C. El centeno y la avena se cultivaban en el norte de Europa hacia el año 1000 a.C. En América, el maíz fue el cereal más difundido.
Muchas verduras y frutas, incluyendo cebollas, melones y pepinos, se cultivaban en el tercer milenio a.C. en Ur. Los dátiles e higos eran una importante fuente de azúcar en Oriente Próximo, y en el área del Mediterráneo se cultivaban la manzana, la granada, el melocotón y la mora. El algodón se cosechó e hiló en India hacia el año 2000 a.C., y el lino y la seda se empleaban mucho en China durante el segundo milenio. En Asia central y las estepas rusas se fabricaba fieltro a partir de lana de ovejas.
El caballo, introducido en Egipto alrededor del 1600 a.C., era ya conocido en Mesopotamia y Asia Menor. El carro de bueyes de cuatro ruedas para trabajos agrícolas y los carruajes de dos caballos eran familiares en el norte de India en el segundo milenio a.C.
El perfeccionamiento de las herramientas y el equipamiento fue de especial importancia. Las herramientas de metal eran más duraderas y eficaces, y el cultivo se vio impulsado gracias a la ayuda de útiles como el arado tirado por bueyes equipado con una reja metálica, descubierto en el siglo X a.C. en Palestina. En Mesopotamia, en el tercer milenio a.C. se añadió un dispositivo en forma de embudo al arado con el fin de plantar las semillas, y en China se emplearon también otras formas primitivas de sembradora. La trilla se realizaba con ayuda de animales en Palestina y Mesopotamia, aunque la recogida, el empaquetado y el tamizado seguían siendo manuales. Egipto conservó la siembra manual durante este periodo, tanto en pequeñas explotaciones como en grandes propiedades.
Mejoraron los métodos de almacenamiento del aceite y el grano. Los graneros, cisternas secas, silos y recipientes de uno u otro tipo empleados para almacenar grano, sustentaban a las poblaciones de las ciudades. De hecho, sin un abastecimiento adecuado y sin el comercio de alimentos y productos no alimentarios, las civilizaciones avanzadas de Mesopotamia, el norte de India, Egipto y Roma no hubieran sido posibles.
Los sistemas de irrigación usados en China, Egipto y Oriente Próximo eran muy elaborados, y permitieron explotar una mayor superficie de tierra. En Sumer, el trabajo forzado de los campesinos y la burocracia creada para planificar y supervisar los trabajos de irrigación, probablemente fueran básicos para el desarrollo de las ciudades estado de Sumer. Los molinos de viento y de agua, desarrollados a finales del periodo romano aumentaron el control sobre las múltiples incertidumbres climáticas. La introducción de fertilizantes, en su mayor parte estiércol de animales, y la rotación de cultivos dejando tierras en barbecho hicieron más productiva la agricultura.
Las explotaciones mixtas y la cría de animales florecían en las islas Británicas y en Europa continental; llegaron hasta Escandinavia a comienzos de este periodo histórico, donde mostraron un modelo que persistiría durante los siguientes 3.000 años. La caza y la pesca, dependiendo de las regiones, complementaban los alimentos cultivados por los agricultores.
Poco después del gobierno de Julio César, el historiador romano Publio Cornelio Tácito describía a los germanos como una sociedad tribal de guerreros campesinos libres, que cultivaban sus propias tierras o las abandonaban para ir a la guerra. Unos 500 años más tarde, la aldea europea típica consistía en un núcleo de casas rodeado de campos cultivados de forma tosca y compuestos por explotaciones privadas; los valles, bosques y tierras sin aprovechar eran empleados por toda la comunidad. Los bueyes y el arado pasaban de un campo a otro, y la cosecha era un esfuerzo cooperativo.
Al parecer, Roma comenzó como una sociedad rural de agricultores independientes. En el primer milenio a.C., tras el establecimiento de la ciudad, la agricultura emprendió un desarrollo capitalista que alcanzó su apogeo en la era cristiana. Las grandes propiedades que abastecían a las ciudades del Imperio estaban en manos de propietarios ausentes y eran explotadas por mano de obra esclava bajo la supervisión de capataces contratados. Al ir disminuyendo el número de esclavos, en general cautivos de guerra, iban siendo reemplazados por trabajadores en régimen de arrendamiento. La villa romana típica de la era cristiana se aproximaba al sistema feudal de organización; los esclavos y los arrendatarios manumitidos se veían obligados a trabajar con arreglo a un horario, y los arrendatarios pagaban una proporción fija de la producción al propietario. Ya en el siglo IV d.C., la figura del siervo estaba firmemente establecida, y el arrendatario estaba vinculado a la tierra.

La agricultura feudal
En Europa, el periodo feudal comenzó poco después de la caída del Imperio romano, y alcanzó su cumbre hacia el año 1100 d.C. Este periodo fue también testigo del desarrollo del Imperio bizantino y del poder de los musulmanes en Oriente Próximo y el sur de Europa. España, Italia y el sur de Francia se vieron afectadas por los acontecimientos de fuera de Europa continental.
Durante el periodo de dominio árabe en Egipto y España, la irrigación se extendió a tierras que antes eran improductivas o estériles. En Egipto, la producción de grano era suficiente para permitir al país vender trigo en el mercado internacional. En España, se plantaron viñedos en terrenos en pendiente, y el agua para la irrigación se traía desde las montañas hasta los llanos. En alguna áreas de dominación islámica se cultivaban naranjas, limones y albaricoques.
Se producía arroz, caña de azúcar, algodón y verduras como las alcachofas y las espinacas, además de azafrán, una especia típicamente española. Se crió el gusano de seda, así como su fuente de alimento, el árbol de la morera.
Ya en el siglo XII la agricultura de Oriente Próximo se había estancado, y Mesopotamia, por ejemplo, retrocedió hasta niveles de subsistencia al ser destruidos sus sistemas de irrigación por los mongoles. Las Cruzadas aumentaron el contacto de los europeos con los países islámicos y familiarizaron a Europa occidental con los cítricos y los tejidos de algodón.
La estructura agrícola distaba de ser uniforme. En Escandinavia y Alemania oriental perduraban las pequeñas granjas y aldeas de épocas anteriores. En las zonas montañosas y los pantanos de la Europa eslava el sistema señorial no podía florecer. La cría de animales y el cultivo de aceituna y uva se encontraban normalmente fuera de este sistema.
Una explotación feudal requería, a grandes rasgos, de 350 a 800 ha de suelo arable y una cantidad equivalente de otras tierras, como humedales, zonas de bosque y pastizales. Se trataba de una comunidad típicamente autosuficiente. En ella se alzaba la mansión del señor del feudo, un militar o vasallo de la iglesia de alto rango, al que a veces se le otorgaba el título de lord, o de su administrador. A menudo, el feudo podía constituir la totalidad de una parroquia por lo que incluía una iglesia. En la propiedad podían existir una o más aldeas, y sus habitantes eran los trabajadores de hecho. Bajo la dirección de un capataz o supervisor, cultivaban la tierra, criaban los animales de carne y de carga y pagaban impuestos en forma de servicios, bien como mano de obra forzosa en las tierras de su señor y otras propiedades o en forma de servicio militar obligatorio.
Un feudo de grandes dimensiones contaba con un molino para moler el grano, un horno para hornear el pan, un estanque de peces, huertos, tal vez una prensa para el vino o el aceite, y jardines de hierbas aromáticas y hortalizas. Tenían también abejas para obtener miel.
Con la lana de las ovejas criadas en la propiedad se fabricaba la ropa. La lana era hilada para obtener hilazas, con las que elaborar tejidos y finalmente prendas de vestir. Asimismo, era posible conseguir telas a partir del lino, que se cultivaba con este fin y para la extracción de aceite.
Los alimentos que se servían en una propiedad feudal variaban dependiendo de la estación y de la valía como cazador de su señor. La caza para procurarse carne era, de hecho, la principal tarea no militar del dueño de la casa y de sus asistentes militares. Los residentes en el castillo podían comer pato, faisán, paloma, ganso, gallina y perdices; pescado, cerdo, carne de vacuno, y carnero, además de coles, nabos, zanahorias, alubias y guisantes. También se servían pan, queso, mantequilla, cerveza, vino y manzanas. En la Europa meridional a veces se consumían aceitunas y aceite de oliva, a menudo en sustitución de la mantequilla.
El cuero procedía de las vacas de la propiedad. Las bestias de carga eran caballos y bueyes; al irse criando variedades más pesadas de caballos, y desarrollarse un nuevo tipo de arreos, éstos adquirieron mayor importancia. El herrero, el fabricante de ruedas y el carpintero se encargaban de la fabricación y mantenimiento de las toscas herramientas agrícolas.
El cultivo estaba organizado de forma rígida. Las tierras arables se dividían en tres partes: una se sembraba en otoño con trigo o centeno; la segunda en primavera con cebada, centeno, avena, alubias o guisantes; y la tercera se dejaba en barbecho, es decir, sin sembrar. Los campos se dividían en bandas distribuidas por las tres divisiones, y sin setos o verjas para separar una banda de otra. A cada campesino varón que fuera cabeza de familia se le asignaban unas 30 de estas bandas. Con la ayuda de su familia y un tiro de bueyes, trabajaba a las órdenes de los capataces del señor feudal. Cuando trabajaba en sus propios campos, si es que los tenía, lo hacía ateniéndose a las costumbres de la aldea, que probablemente eran tan rígidas como las de cualquier capataz.
Hacia el siglo VIII se introdujo un ciclo cuatrienal de tierras en barbecho. La rutina anual en 400 ha consistía en arar 100 ha en otoño y 100 ha en primavera, dejando 200 ha en barbecho que se araban en junio. Estos tres periodos que abarcaban todo el año, permitían recoger dos cosechas en un total de 200 ha, dependiendo del clima. Como norma general se uncían diez o más bueyes, no mayores que los novillos de hoy en día, al arado, que a menudo era poco más que un tronco ahorquillado. A la hora de la cosecha, todos los campesinos, incluyendo mujeres y niños, debían trabajar en los campos. Tras la recogida se daba suelta a los animales de la comunidad en los campos para que pastaran.
Algunos feudos empleaban un sistema de franjas o bandas, con una superficie de unas 0,4 ha, que medían unos 200 m de largo por 1,2 a 5 m de ancho. Las del señor de la propiedad tenían unas dimensiones similares a las de los campesinos, y estaban distribuidas por terrenos buenos y malos. El sacerdote de la parroquia podía tener tierras separadas de las de la comunidad o franjas en las que trabajaba él mismo o eran atendidas por los campesinos.
En todos los sistemas feudales, los campos y las necesidades del señor eran lo primero, pero solían dejarse libres cerca de tres días a la semana para que los campesinos trabajaran en sus franjas y huertos familiares. La madera y la turba para combustible se recogían en terrenos comunales y los animales pastaban en las vegas de la aldea. Cuando había excedentes de grano, pieles y lana, se enviaban al mercado para su venta.
Hacia el año 1300 empezó a hacerse patente la tendencia a cercar las tierras comunales y la cría de ovejas para aprovechar la lana. La aparición de la industria textil hizo que la cría de ovejas resultara más rentable en Inglaterra, Flandes, Champagne, Toscana, Lombardía y la región de Augsburgo en Alemania. Al mismo tiempo, las áreas que rodeaban las ciudades medievales empezaron a especializarse en productos hortícolas y lácteos. El feudalismo independiente se vio también afectado por las guerras de los siglos XIV y XV en Europa, y por las grandes epidemias de peste del siglo XIV. Aldeas enteras quedaron borradas del mapa, y muchas tierras arables fueron abandonadas. Los campesinos supervivientes empezaron a expresar su descontento y a intentar mejorar sus condiciones de vida.
Con la disminución de la mano de obra, sólo se conservaron para el cultivo las mejores tierras y, en el sur de Italia, por ejemplo, el riego contribuyó a aumentar la producción de los suelos más fértiles. El énfasis en la producción de grano fue reemplazado por la diversificación y comenzó la producción de mercancías que requerían mayores cuidados, como vino, aceite, queso, mantequilla y verduras.
En América, la base material de las grandes civilizaciones era principalmente la agricultura. Una inmensa variedad de plantas cultivadas satisfacían las necesidades alimenticias y proporcionaban materia prima para las artesanías. Casi todas las regiones cultivaban un número de plantas que como el maíz, el frijol, la papa o patata se adaptaban a las distintas condiciones ambientales. Aparte de la calabaza, antes mencionada, los americanos plantaban jitomate (tomate), miltomate, huanlizontli y hierbas como el epazote. Había también una gran variedad de frutales: aguacate, chirimoya, mamey, zapote, capulín, guayaba, etc. El maguey (véase Agave) y el nopal, característicos de Mesoamérica se cultivaban en sus diversas variedades, no sólo como alimento sino que utilizaban la fibra para fabricar telas de vestir. En las tierras templadas, el cultivo del algodón era uno de los más destacados.

La agricultura científica

Al llegar el siglo XVI, la población europea iba en aumento, y la producción agrícola entró de nuevo en una fase de expansión.
Allí y en otras áreas, la naturaleza de la agricultura habría de cambiar mucho en los siglos venideros. Había varias razones para ello. Europa había quedado aislada de Asia y Oriente Próximo por la extensión del poderío turco. Se estaban poniendo en práctica nuevas teorías económicas, que afectaban directamente a la agricultura. Además, las guerras continuadas entre Inglaterra y Francia, en el seno de ambos países y en Alemania consumían capital y recursos humanos.
Se inició un nuevo periodo de exploraciones y colonización para intentar soslayar el control por parte de Turquía del comercio de especias, para dar un hogar a los refugiados religiosos, y para obtener recursos para unas naciones europeas que estaban convencidas de que la única riqueza eran los metales preciosos.
El descubrimiento de América favoreció el hallazgo de especies vegetales y animales hasta entonces desconocidas en Europa. La agricultura colonial comenzó no sólo para proveer de alimentos a los colonizadores, sino también para producir cosechas comerciales y suministrar alimentos a la metrópolis. Esto representaba el cultivo de productos como el azúcar, el algodón, el tabaco, la papa o patata, el tomate y el té, así como la producción de productos animales tales como lana y pieles. De los siglos XV al XIX el comercio de esclavos se encargó de aportar la mano de obra necesaria. Los esclavos procedentes de África, por ejemplo, trabajaban en el Caribe en plantaciones de azúcar, y en Norteamérica en plantaciones de índigo y algodón. La primera sociedad colonial se sustentó en la explotación de la mano de obra indígena, entonces abundante, asegurada por la esclavitud y la encomienda, que transformó la estructura social del mundo indígena. Los prisioneros procedentes de Europa, sobre todo de las cárceles inglesas, aportaron tanto mano de obra cualificada como no cualificada en muchas colonias americanas. En última instancia, no obstante, tanto la esclavitud como la servidumbre fueron erradicadas en el siglo XIX. Véase también Plantación.
Cuando fueron descubiertos por los conquistadores españoles, las civilizaciones más avanzadas del Nuevo Mundo disfrutaban de economías agrícolas desarrolladas, pero carecían de animales de tiro y desconocían la rueda. Los clanes y otros grupos consanguíneos, o de tribus dominantes que habían creado sofisticados sistemas de gobierno, poseían la tierra, a la que no tenían acceso como propietarios los particulares o las familias individuales. En el siglo XVI habían desaparecido ya varias civilizaciones en Centroamérica y Sudamérica. Las que conocieron los españoles fueron las de los aztecas, los incas y los mayas.
La revolución científica producto del renacimiento y el Siglo de las Luces en Europa favoreció la experimentación en la agricultura así como en otros campos. La experimentación y el error en el cultivo de plantas condujo a la mejora de las cosechas, y se desarrollaron algunas variedades nuevas de ganado vacuno y ovino. Especialmente notable fue la vaca Guernsey, que incluso hoy sigue siendo una especie apreciable como productora de leche. El proceso de parcelación (enclosura) se aceleró enormemente en el siglo XVIII, y los propietarios de tierras pudieron determinar la disposición de tierras y pastizales, anteriormente sometidos al uso común. La rotación de los cultivos, alternando las legumbres con el grano, fue practicada con más entusiasmo al desaparecer el sistema de franjas heredado del periodo feudal. En Inglaterra, donde la agricultura científica era especialmente eficaz, la enclosura produjo una reorganización fundamental de la propiedad de la tierra. Desde 1660 en adelante, los propietarios de las mayores superficies habían empezado a incrementar el tamaño de sus posesiones, a menudo a expensas de pequeños agricultores independientes. Cuando llegó la era victoriana, el modelo agrícola se basaba en la relación entre el terrateniente, dependiente de las rentas; el agricultor, que producía las cosechas; y los jornaleros sin tierras. El drenaje hizo cultivables más tierras y, con la Revolución Industrial, surgió la maquinaria agrícola.
No es posible fijar con claridad una década o una serie de acontecimientos como comienzo de la revolución agrícola a través de la tecnología. Entre los adelantos más importantes están la crianza selectiva de ganado, iniciada a comienzos de 1700, y la dispersión de caliza en las tierras de cultivo a finales de ese mismo siglo. Las mejoras mecánicas del arado tradicional comenzaron a mediados del siglo XVII con la fijación de pequeñas puntas de hierro a la madera mediante tiras de cuero. En 1797, Charles Newbold, un herrero de Burlington, Nueva Jersey, introdujo el arado de reja de hierro fundido. La reja voltea la tierra y la empuja a un lado; este tipo de arado sigue siendo hoy el más utilizado. John Deere, otro herrero estadounidense, mejoró aún más el arado en la década de 1830 y lo fabricó en acero. Otros inventos notables incluyen la sembradora del agrónomo inglés Jethro Tull, desarrollada a comienzos del siglo XVIII y progresivamente mejorada durante más de un siglo; la segadora del norteamericano Cyrus McCormick, creada en 1831; y multitud de trilladoras, cultivadoras, cortadoras de grano y hierba, rastrilladoras y desgranadoras de maíz. A finales del siglo XIX, se empleaba a menudo el vapor para reemplazar la energía animal en el arrastre de arados y en el accionamiento de máquinas trilladoras.
La demanda de alimentos para los trabajadores urbanos y de materias primas para la industria produjo una reestructuración del comercio mundial. Ciencia y tecnología desarrolladas con fines industriales fueron aplicadas a la agricultura, dando lugar finalmente al nacimiento de la industria agrícola de mediados del siglo XX.
En los siglos XVII y XVIII se efectuaron los primeros intentos sistemáticos por estudiar y controlar las plagas. En épocas anteriores a éstas la recogida manual y las fumigaciones eran los métodos habituales para el control de plagas. En el siglo XIX se desarrollaron varios tipos de venenos para su empleo en forma de fumigaciones; también se usaron medios biológicos de control como los insectos depredadores. Se cultivaron variedades resistentes de plantas; esto último tuvo especial éxito en los viñedos europeos, en los que se injertaron tallos europeos no resistentes en cepas radiculares americanas que sí lo eran para luchar contra el áfido filoxera tras su introducción accidental en Francia.
Los avances en el transporte afectaron también a la agricultura. Las carreteras, canales y ferrocarriles permitieron a los agricultores obtener los suministros necesarios y comercializar sus productos en un mercado más amplio. Los alimentos podían protegerse durante el transporte y era posible trasladarlos a menor coste gracias a los trenes, los barcos y la refrigeración, avances producidos a finales del siglo XIX y principios del XX. El uso eficaz de estos adelantos llevó a una creciente especialización y, en ocasiones, a cambios en la localización de los proveedores agrícolas. En el último cuarto del siglo XIX, por ejemplo, los proveedores de grano australianos y norteamericanos desplazaron a los europeos en el mercado del viejo continente. Cuando la producción de grano dejaba de ser rentable para los agricultores europeos, o un área era urbanizada, se potenciaban las industrias lácteas, la producción de queso y otros productos.El paso hacia un incremento en la producción en el periodo posterior a la II Guerra Mundial fue el resultado de una nueva explosión demográfica. La necesidad de más alimentos fue paliada en parte por la llamada revolución verde, que implicó el cultivo selectivo de cosechas tradicionales en busca de mayores rendimientos, nuevos híbridos, y métodos de cultivo intensivo adaptados a los climas y condiciones culturales de países densamente poblados como India. La crisis mundial del petróleo a mediados de la década de 1970, no obstante, redujo el abastecimiento de fertilizantes nitrogenados necesarios para el éxito de las nuevas variedades. Simultáneamente, un clima errático y desastres naturales como la sequía y las inundaciones redujeron las cosechas en todo el mundo. Parecía inminente el hambre en el subcontinente indio, y la hambruna se generalizó en muchas partes de África al sur del Sahara. La situación económica, en especial la inflación descontrolada, amenazaban por igual al productor y al consumidor de alimentos. Estos problemas se convirtieron en los factores determinantes del cambio y el desarrollo agrícolas

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