lunes, 4 de agosto de 2008

Control de plagas


Cualquiera de toda una gama de intervenciones medioambientales cuyo objetivo sea una reducción en la incidencia de las plagas de insectos, los organismos patógenos para las plantas y las poblaciones de malas hierbas para permitir una producción máxima de alimentos de alta calidad y otros cultivos. Las técnicas específicas de control incluyen mecanismos químicos, físicos y biológicos. Un 90% del mundo depende para su abastecimiento de alimentos de tan sólo 15 grandes tipos de cultivos y siete especies de animales. A pesar de todos los esfuerzos realizados, las plagas destruyen anualmente cerca del 35% de las cosechas en todo el mundo. Incluso una vez recogidas las cosechas, los insectos, los microorganismos, los roedores y las aves infligen una pérdida adicional de entre un 10 y un 20%, con lo que las pérdidas oscilan entre un 40 y un 50%. A pesar de que muchas zonas del mundo se enfrentan a una grave escasez de alimentos, el desarrollo industrial y de otros tipos está reduciendo la superficie de terreno empleada para el cultivo. El control de las plagas permite una explotación más intensiva de las tierras de uso agrícola para el cultivo de los productos de calidad y sin defectos que se venden en los supermercados.

Controles químicos
Pesticida o plaguicida son los términos que se aplican a todos los agentes químicos usados en el control de plagas. En 1993 se aplicaron en todo el mundo pesticidas por un valor total de aproximadamente 26,7 miles de millones de dólares. La tasa de beneficios de esta inversión varía, pero normalmente es un factor multiplicador. La mayoría de los compuestos químicos son sintetizados en centros de producción construidos a tal efecto que abastecen a uno o más continentes. Algunos de los compuestos de uso cotidiano son totalmente sintéticos, pero otros tienen su origen en productos que existen ya en la naturaleza, aunque hayan sido potenciados o posteriormente desarrollados por los científicos. El herbicida glufosinato de amonio fue aislado por primera vez en cultivos recogidos en el bosque tropical de Camerún, en África Central. Los herbicidas de sulfonilurea, que han facilitado enormemente la manipulación de herbicidas gracias a las pequeñas cantidades necesarias para lograr una elevada actividad, fueron descubiertos inicialmente por investigadores médicos alemanes, pero fueron descartados durante casi 20 años hasta que unos investigadores estadounidenses descubrieron su utilidad contra las malas hierbas.
Europa occidental es el mayor mercado del mundo de fungicidas, que son necesarios para controlar la gran variedad de hongos patógenos que atacan las cosechas de cereales de grano pequeño y los viñedos. El mildíu pulverulento (Erisyphe graminis) probablemente sea la enfermedad producida por hongos más importante del mundo, y constituye uno de los principales objetivos de los nuevos fungicidas debido a su capacidad de atacar a muchas plantas distintas, desde el trigo y la cebada hasta las enredaderas, causando pérdidas de cerca de 500 millones de dólares sólo en la producción de cereales. En Japón y el Sureste asiático, donde el arroz constituye un alimento importante, se necesitan fungicidas específicos para controlar la plaga de Pyricularia oryzae, que produce pérdidas de producción por valor de 300 millones de dólares, o la roya del arroz (Pellicularia sasakii), cuyas pérdidas se cifran en 267 millones de dólares. Muchos de los fungicidas eficaces de nuestros días pertenecen al grupo de los triazoles o al de las morfolinas. Los nuevos compuestos de triazol, como el epoxiconazol, el tebuconazol y el fluquinconazol siguen aún en fase de desarrollo para su empleo a nivel mundial. Para superar la capacidad de los hongos patógenos de adaptarse a los pesticidas y generar resistencia frente a ellos, hoy es práctica común combinar fungicidas que actúan de diferentes formas. Para el año 2000 estará en uso una nueva generación de fungicidas, conocidos como strobilurinas, basados en hongos naturales cuya acción es tóxica para otros hongos patógenos.
El uso de herbicidas varía de acuerdo a los sistemas de cultivo y a la cosecha en cuestión; ellos solos representan casi la mitad del valor de todos los pesticidas utilizados. En países con sistemas de cultivo menos intensivos, quizá sólo sea económicamente viable el uso de compuestos más antiguos, como el 2,4-D (ácido 2,4-diclorofenoxiacético) para matar las malas hierbas de hoja ancha. Estos herbicidas más viejos se miden en kilogramos por hectárea en lugar de gramos por hectárea, que es lo que se requiere cuando se emplean las sulfonilureas. A pesar de su elevada actividad en la eliminación de una gran variedad de especies de malas hierbas, estos nuevos herbicidas tienen un periodo de persistencia en el suelo muy breve, y se descomponen en elementos inocuos. Los herbicidas pueden aplicarse directamente en el suelo, pero la mayoría de los nuevos productos se fumigan sobre las malas hierbas en desarrollo, con lo que interfieren con sus sistemas de crecimiento sin dañar los cultivos. Los herbicidas totales, como el paraquat, el glufosinato amónico y el glifosato, sólo pueden emplearse antes de que los cultivos surjan de la tierra. No obstante, se han desarrollado nuevas variedades de patatas (papas), trigo, remolacha azucarera y tabaco que contienen genes que les confieren resistencia a los herbicidas. Unos cuantos herbicidas aplicado en campos de cereales para el control de plagas de herbáceas requieren la adición de un producto químico que aumenta las defensas naturales del cereal frente a compuestos como el fenoxaprop etilo mientras éste elimina las malas hierbas.

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