martes, 29 de julio de 2008

La Tierra todavía da vueltas alrededor del Sol.

La Tierra todavía da vueltas alrededor del Sol.

El Sistema Solar continúa siendo heliocéntrico (bromas aparte), pese a la percepción diaria que tenemos del movimiento del Sol en el cielo, que está asociada a la rotación de la Tierra. La creencia de que nuestro planeta gira en torno al Sol y no a la inversa data de la publicación por el astrónomo polaco Nicolas Copérnico (1473-1543) del libro De Revolutionibus Orbium Coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes) el mismo año de su muerte.

Hasta su contribución, la Tierra era el centro del Universo, según el modelo propuesto por Claudio Ptolomeo a mediados del s. II d.C., en Alejandría. Ptolomeo fue el último gran astrónomo de la Antigüedad y, también, el único cuyo trabajo ha sobrevivido casi intacto al paso de los siglos. Su primera obra (y la más conocida) fue escrita originariamente en griego y se tradujo al árabe como al-Majisti (Obra magna). En la Europa del latín medieval fue denominada Almagesti y, desde entonces, se conoce simplemente como Almagesto. En ella, Ptolomeo plantea una teoría geométrica para explicar matemáticamente los movimientos y posiciones aparentes de los planetas, el Sol y la Luna, pero sin describir físicamente los objetos. Este tratado estableció los fundamentos de la Astronomía matemática islámica y europea de la Edad Media y el Renacimiento.

Según el modelo ptolomeico, la Tierra permanece inmóvil en el centro del Universo y a su alrededor, en orden de distancia, se mueven la Luna, los planetas Mercurio y Venus, el Sol, y los planetas Marte, Júpiter y Saturno. Mientras el Sol y la Luna siguen órbitas circulares, los planetas se complican más la vida. Cada uno gira alrededor de un círculo o epiciclo cuyo centro se mueve siguiendo el círculo mayor, que es el que está centrado en la Tierra. Más allá del planeta más alejado se encuentra la esfera estelar. Tiempo atrás, en el s. III a.C., el filosofo griego Aristarco ya había sugerido la hipótesis heliocéntrica sin éxito. Hubo que esperar a que Copérnico la retomara para que llegara a ser conocida. Y eso que el astrónomo polaco hizo todo lo posible para evitarlo. Su libro Sobre las revoluciones de los orbes celestes es en su mayor parte un tratado de matemática pura, es decir, ininteligible para la mayoría de los mortales. Asimismo cuando se publicó contenía un prólogo anónimo para justificar la consideración de una Tierra en movimiento como un instrumento matemático de precisión de cálculo, y no como una realidad, para evitar las iras de la Iglesia. Copérnico sabía que, de todos modos, en esa época ningún experimento podía demostrar si el planeta estaba en reposo o no.

En cualquier caso, se equivocó en algunas cuestiones. Situó el Sol en el centro, pero todavía creía, como los astrónomos griegos, que el movimiento natural para los objetos celestes es el circular. Hubo que esperar hasta Kepler para aprender que las órbitas de la Tierra y los planetas son elípticas. Tampoco fue capaz de renunciar a la esfera de estrellas inmóviles, que era el marco natural de referencia para las posiciones planetarias en Astronomía antigua.
Además, en el sistema copernicano nuestro planeta continua jugando un papel privilegiado, puesto que los desplazamientos se refieren al centro de la órbita terrestre y no del Sol, situado ligeramente a un lado, el cual sólo es fuente de luz, ignorándose su importancia como causante de movimiento. Pese a todo, supuso una mejora respecto al sistema geocéntrico de Ptolomeo, especialmente desde el punto de vista conceptual: el ser humano ya no habitaba en el centro del Universo.

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