Habitantes del estado indio de Bihar, afectados por los anegamientos, cargan sus pertenencias en espera de ser auxiliados por equipos de rescate Los huracanes son una de las fuerzas de mayor poder destructivo en la naturaleza, y su existencia depende de que la temperatura de la superficie de los océanos llegue al menos a 26 grados centígrados. Una pregunta obvia es si Gustav es resultado de la elevación de temperaturas marinas asociada con el calentamiento global. La respuesta simple es que es virtualmente imposible vincular cualquier evento atmosférico con el cambio climático. Sin embargo, cada vez hay mayores indicios de que el calentamiento global podría se la causa de que los huracanes aumenten en frecuencia e intensidad. Ray Nagin, alcalde de Nueva Orleáns, señaló este domingo que la temperatura de la superficie marina en algunas partes del Golfo de México llega a 32.2 grados. Es decir, conforme Gustav cruza el Golfo hacia la costa sur de Estados Unidos, es probable que cobre más fuerza que la categoría 3, en la que estuvo la mayor parte del domingo.
Los científicos han advertido a Nagin que Gustav podría llegar con facilidad a la categoría 5, la mayor en la escala Saffir-Simpson, cuando toque tierra al oeste de Nueva Orleáns, este lunes. Los huracanes no son poco comunes en la región en esta época del año. Se forman cuando el mar se calienta, durante el verano.Todos estos fenómenos comienzan como un grupo de tormentas que se unen para formar columnas de aire húmedo y caliente que se elevan desde el mar. Cuando estas tormentas se concentran, crean pilares de aire húmedo que se extienden desde la superficie marina hasta la frontera superior de la atmósfera. En la base del pilar, la baja presión absorbe más aire y humedad. Entre tanto, el aire de la cúspide se enfría con rapidez, y cae en un pozo central que se vuelve el ojo de la tormenta, conforme la estructura comienza a girar por influencia de la rotación de la Tierra.
La cuestión respecto de los ciclones tropicales es que poseen inmensas cantidades de energía, la cual se absorbe en forma de calor y humedad del océano y se libera de nuevo conforme la humedad se condensa y enfría. La energía de un huracán se libera de dos maneras. Una son las altas velocidades de los vientos de más de 250 kilómetros por hora en uno de categoría 5, y la otra son las olas altas creadas al intensificarse la tormenta como resultado de la baja presión que se forma en la superficie del mar, debajo de la tormenta.Existe poca duda de que los huracanes en el Atlántico norte se han vuelto mucho más frecuentes en las décadas pasadas. Si bien los dos años pasados fueron normales, 2005, el año del huracán Katrina, fue el más activo del que se tenga registro, con 27 tormentas nombradas, de las cuales 15 fueron lo bastante grandes para ser clasificadas como huracanes. De éstas, siete fueron de categoría 3 o mayores: cinco huracanes más que en una típica temporada atlántica. De hecho, el huracán Wilma, de octubre de ese año, fue la tormenta atlántica más fuerte en la historia, al romper el récord anterior, que databa de 1988.
Hasta ahora, 2008 ha sido relativamente activo. Van siete tormentas nombradas, entre ellas tres huracanes. A estas alturas del año pasado iban cinco tormentas nombradas y de ellas sólo una fue huracán. A causa de la naturaleza generalmente caótica de los huracanes, en un tiempo se pensaba que su frecuencia e intensidad tenían poco que ver con el cambio climático. Las diferencias en la actividad anual se atribuían a las condiciones atmosféricas locales, más que al clima. Si bien parecería de sentido común sugerir que quizá el aumento de las temperaturas marinas produzca más huracanes y los vuelva más intensos, de ningún modo es algo obvio. Por ejemplo, una atmósfera más caliente podría volverlos menos intensos al bajar la diferencia de temperatura respecto del mar, y las temperaturas más altas también podrían generar vientos, los cuales dispersarían las tormentas tropicales y volverían menos frecuentes los huracanes.Sin embargo, un estudio de Kerry Emanual, del Instituto Tecnológico de Massachussets, realizado en 2005 comenzó a cambiar este punto de vista: parecía haber un vínculo entre la actividad de los huracanes y la subida en la temperatura oceánica causado por el calentamiento global y el cambio climático. En 2007, un estudio del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en Boulder, Colorado, descubrió un nexo entre el número registrado de tormentas tropicales en el Atlántico norte en la década pasada y la elevación de temperaturas y el calentamiento global.
El análisis examinó registros de tormentas de un siglo a la fecha y no encontró otra forma de explicar el incremento en años recientes. “La conclusión es que el reciente aumento de ciclones tropicales se debe en parte al calentamiento de invernadero”, sostuvieron los científicos.
Los científicos han advertido a Nagin que Gustav podría llegar con facilidad a la categoría 5, la mayor en la escala Saffir-Simpson, cuando toque tierra al oeste de Nueva Orleáns, este lunes. Los huracanes no son poco comunes en la región en esta época del año. Se forman cuando el mar se calienta, durante el verano.Todos estos fenómenos comienzan como un grupo de tormentas que se unen para formar columnas de aire húmedo y caliente que se elevan desde el mar. Cuando estas tormentas se concentran, crean pilares de aire húmedo que se extienden desde la superficie marina hasta la frontera superior de la atmósfera. En la base del pilar, la baja presión absorbe más aire y humedad. Entre tanto, el aire de la cúspide se enfría con rapidez, y cae en un pozo central que se vuelve el ojo de la tormenta, conforme la estructura comienza a girar por influencia de la rotación de la Tierra.
La cuestión respecto de los ciclones tropicales es que poseen inmensas cantidades de energía, la cual se absorbe en forma de calor y humedad del océano y se libera de nuevo conforme la humedad se condensa y enfría. La energía de un huracán se libera de dos maneras. Una son las altas velocidades de los vientos de más de 250 kilómetros por hora en uno de categoría 5, y la otra son las olas altas creadas al intensificarse la tormenta como resultado de la baja presión que se forma en la superficie del mar, debajo de la tormenta.Existe poca duda de que los huracanes en el Atlántico norte se han vuelto mucho más frecuentes en las décadas pasadas. Si bien los dos años pasados fueron normales, 2005, el año del huracán Katrina, fue el más activo del que se tenga registro, con 27 tormentas nombradas, de las cuales 15 fueron lo bastante grandes para ser clasificadas como huracanes. De éstas, siete fueron de categoría 3 o mayores: cinco huracanes más que en una típica temporada atlántica. De hecho, el huracán Wilma, de octubre de ese año, fue la tormenta atlántica más fuerte en la historia, al romper el récord anterior, que databa de 1988.
Hasta ahora, 2008 ha sido relativamente activo. Van siete tormentas nombradas, entre ellas tres huracanes. A estas alturas del año pasado iban cinco tormentas nombradas y de ellas sólo una fue huracán. A causa de la naturaleza generalmente caótica de los huracanes, en un tiempo se pensaba que su frecuencia e intensidad tenían poco que ver con el cambio climático. Las diferencias en la actividad anual se atribuían a las condiciones atmosféricas locales, más que al clima. Si bien parecería de sentido común sugerir que quizá el aumento de las temperaturas marinas produzca más huracanes y los vuelva más intensos, de ningún modo es algo obvio. Por ejemplo, una atmósfera más caliente podría volverlos menos intensos al bajar la diferencia de temperatura respecto del mar, y las temperaturas más altas también podrían generar vientos, los cuales dispersarían las tormentas tropicales y volverían menos frecuentes los huracanes.Sin embargo, un estudio de Kerry Emanual, del Instituto Tecnológico de Massachussets, realizado en 2005 comenzó a cambiar este punto de vista: parecía haber un vínculo entre la actividad de los huracanes y la subida en la temperatura oceánica causado por el calentamiento global y el cambio climático. En 2007, un estudio del Centro Nacional de Investigación Atmosférica en Boulder, Colorado, descubrió un nexo entre el número registrado de tormentas tropicales en el Atlántico norte en la década pasada y la elevación de temperaturas y el calentamiento global.
El análisis examinó registros de tormentas de un siglo a la fecha y no encontró otra forma de explicar el incremento en años recientes. “La conclusión es que el reciente aumento de ciclones tropicales se debe en parte al calentamiento de invernadero”, sostuvieron los científicos.
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